miércoles, mayo 1

Los adornos de los insultos

Mientras tranquilamente comía con mi prometida en un puesto de comidas rápidas, el paso agitado de un hombre que pasaba los 40 años y la silueta de otro levantando una bicicleta con la intención de lanzársela a modo de agresión (hecho que no dio frutos) al otro lado de la calle; perturbaron la atención de la que gozaban los alimentos y la disposición de bendecirlos antes de tomarlos.

Después de un hecho que, para ciudadanos en pleno siglo XXI, resulta bochornoso por la gritería y promulgación de palabras de grueso calibre, perturbando la tranquilidad de la zona residencial en la que habitan; había un aspecto particular que rondaba mi cabeza: La exageración en número y extensión de los insultos que se pasearon por los aires de aquel lugar.